jueves, 20 de febrero de 2025

hablemos de meditar

El Budismo describe a la Meditación como el simple acto de estar presente en este instante. El sentarse para oír la mente, sin aceptar o rechazar lo que dice, es una clase de meditación en donde la realidad presente sólo podemos apreciarla mediante la observación directa o el escuchar atento. (La vía del no apego, Dhiravamsa)

Pensando en cómo escribir acerca de una práctica que, en lo personal, a veces no me es tan fácil llevarla a cabo o bien, estar a la espera que se den las condiciones para poder hacerla... me llevó a pensar en algo espontáneo que sucede a veces cuando, a través de la escucha del canto reiterado, como si fuese un mantra, de algún ave en particular hace que cierre los ojos, me concentre en la respiración, entre en una especie de relajación y mi mente logre descansar, al menos, unos instantes.

Este acto tan simple suelo relacionarlo con la práctica de la meditación pero, sin estar en retiros afines o, en grupos recitando mantras, simplemente... estando presente en lo que estoy haciendo en un instante determinado. Recuerdo que algo así me sucedía cuando practicaba windsurf, actividad naútica, en la que debes estar atento al viento, a las técnicas o maniobras que vas ejecutando para poder navegar... mi mente estaba con la atención plena en eso y, al salir del mar, solía experimentar una especie de relajación, sublime... más allá del ejercicio físico. Lo mismo sigue sucediendo con mi práctica de Yoga, entre la respiración y las asanas, siento que la práctica se convierte en una especie de meditación en movimiento, donde sus efectos, al finalizarla, son maravillosos.

Y así, puedo citar varios ejemplos... pero yendo a lo práctico, la pregunta es: ¿cómo podemos lograr esos momentos meditativos en lo cotidiano de la vida? en medio de las actividades, trabajos, rutinas u horarios? Y la respuesta, suena simple, pero desde mi experiencia he podido sentir que, estando presentes, en lo que estamos haciendo ahora pueden lograrse tales momentos meditativos, como ser: al prepararnos unos mates, al cocinar, al hacer una masa para hornear galletas... con la atención plena, concentrados en los detalles y los aromas. Lo mismo podemos intentar con el trabajo, porque está comprobado que si nos concentramos 100% en lo que estamos haciendo, la mente no se aturde ni se estresa, va haciendo cada cosa a su tiempo... y si le sumamos el hecho de respirar de manera consciente, cuando lo necesitemos, la mente se oxigena y eso permie que realicemos las tareas pero, de una manera más relajada y distendida, más allá de las posibles presiones y/o responsabillidades a las que debamos atender. 

Pero bueno, lo cierto es que también en un principio algo de todo ésto puede costar hacerse o bien, no podamos encontrar aún esa conexión... entonces, simplemente, el hecho de intentar tomarnos un instante en el día donde podamos llevar la atención plena a nuestra respiración, cerrar los ojos y dejarnos llevar por ese contemplar... nuestro cuerpo y mente, ya estarán agradecidos.






sábado, 1 de febrero de 2025

conectar con el silencio

Suena fácil decirlo o llevarlo a la práctica en medio de una sociedad donde lo que sigue prevaleciendo es estar conectados en todo momento, haciendo cosas, escuchando música, rodeados de gente, de ruidos, entre otras distracciones.
Si bien, somos seres sociales y es hermoso poder conectar y compartir con otros, siento que en lo cotidiano a veces nos perdemos de algo tan simple como es el silencio... en medio de las dinámicas en las que entramos al llevar a cabo nuestros trabajos, actividades o responsabilidades/compromisos laborales y sociales.

En este sentido, es inevitable que aparezca entre mis pensamientos una frase que alguna vez leí por ahí y resonó tan cierto: ¿cuándo dejaste de sentirte cómodo en el dulce espacio del silencio? una pregunta que me lleva a reflexionar por qué a algunas personas les cuesta lograr conectar con algo tan simple y a la vez, sublime. Recuerdo en mi juventud a un profesor que para que dejemos de hablar en clase, nos decía e invitaba a lo siguiente: "escuchen el silencio" y mágicamente, todos nos callábamos. 








              



A decir verdad siempre fui una persona muy activa, no sabía estar sin hacer nada y supongo que venía de mandatos sociales donde debemos estar siempre haciendo algo, produciendo o bien, porque sigue estando bastante vigente no ser bien visto, el hecho de no hacer nada. Pero bueno, las circunstancias de la vida me han llevado a poder conectar con esos instantes, a encontrar esos espacios de silencio y simplemente hacer nada y contemplar. Con el paso del tiempo, a
prendí a priorizar, a cuidar esos espacios porque logré descubrir que son como un reseteo necesario en medio de lo cotidiano... algo que me conduce a una expresión italiana o, mejor dicho, a una filosofía conocida como "Il dolce far niente", que significa lo dulce de no hacer nada... en donde se nos invita directamente a disfrutar de este preciso instante, dándonos la posibilidad de conectar con ese espacio de silencio.









¿cómo aplicarlo en lo cotidiano de la vida? intentando buscar un momento, en el que podamos hacer nada y dedicarnos unos instantes, por ejemplo, a tomar unos mates en el patio, en el parque o bien, disfrutar de un café y simplemente dejar que suceda, que aparezca ese silencio... tan reparador.

¿beneficios? permite reducir el estrés y estados de ansiedad, nos ayuda a mejorar la concentración, a desconectar de la tecnología y de las preocupaciones, al menos, por unos instantes y así, descubrir el encanto de la simpleza de la vida.


nervio vago: un hilo invisible a la calma

Anoche mientras tomaba un infusión de jengibre y reflexionando acerca de un libro que estoy leyendo y, sobre uno de los temas que destaca, l...